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DESAYUNO

DESAYUNO

Desayuno

 

22 julio, 2014

Por conseguir un desarrollo fuera de todo tópico en donde se muestra que cualquier situación cotidiana puede llegar a ser un acto erótico. El jurado de la primera edición del concurso de relato corto, concedió una mención al relato Desayuno de «La Ensayista Calva»

 

DESAYUNO

Todos los días desayuno calamares. Diez unidades. Antes de empezar, los coloco en dos platos, la mitad para cada plato. Cinco para la mano derecha, cinco para la izquierda. Uno para cada dedo.

Tiendo a reservar los calamares grandes para los pulgares (por grosor) y para los anulares (por concepto). Para los dedos meñique e índice dejo los más pequeños.

Una vez me cercioro de que los diez calamares están colocados en sus respectivas posiciones comienzo a desayunar. Los tomo como años atrás me comía los Triskys de la bolsa siendo niña, metiendo los dedos uno a uno en la boca, muy dentro, para poder llegar hasta el anillo-golosina (en este caso anillo-cefalópodo) Era casi tan divertido como amputar a mordiscos los dedos a un Frigopie.

Comer los calamares del pulgar sin mancharse de grasa la cara no es difícil; lo mismo ocurre con el meñique o el índice. El anular tiene su complicación, pero no es imposible. Lo difícil viene al llegar el corazón: es por eso que siempre lo dejo para el final. El truco para una correcta ejecución consiste en separar bien el dedo en cuestión del resto, e introducirlo suavemente hasta casi la campanilla. Mantenerlo en esa posición el tiempo suficiente para con los labios y la lengua apresar el calamar, y luego acto seguido retirarlo.

Hace unos días hubo un apagón en mi vecindario; en mi casa nos quedamos veinte horas sin luz, y todo mi suministro de calamares se estropeó.

 Al día siguiente tuve que bajar a desayunar al bar de la esquina. Pedí una ración de calamares y me dispuse a efectuar el ritual arriba comentado.

El camarero comenzó a mirarme fijamente. El hombre sentado en la mesa de al lado levantó la vista de la prensa que ojeaba y empezó a babear. La chica apoyada sobre la barra me echó un par de lascivas miradas.

Desistí. Pedí un café con leche y unas porras.

Desde entonces lo he probado todo. Chocolate con churros, tostadas, huevos fritos, picatostes, zumo de naranja, café americano, croissant, salchichas, tortitas o té inglés.

Debería haber probado a encender de nuevo el frigorífico, porque ahora puedo asegurar que no hay nada, absolutamente nada que me guste más que mis diez calamares, separados de cinco en cinco y comidos de uno en uno.

 

Un relato de «La Ensayista Calva»

http://tangdemelong.blogspot.com.es